Me asombra el hecho de que la disposición de los pensamientos del ser humano sea un acto contagioso. Luego de leer, por ejemplo, a un buen escritor, nótece que las conversaciones con uno mismo suben su calidad inevitablemente. Lo mismo con la estupidez, al acercarte de cualquier manera a ella, a menos de que estemos totalmente precavidos, se nos pega.
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